Perspectivas en el Cercano Oriente. 1955

A no mediar alguna circunstancia imprevista, se firmará dentro de pocos días en Bagdad un pacto de defensa mutua entre Irak y Turquía, en una ceremonia para la cual viajará a aquella ciudad el presidente de este último país, Sr. Galal Bayar. El gobierno turco viene trabajando empeñosamente en la constitución de alianzas con los países árabes que incluyan a estos, indirectamente, en el sistema defensivo de Occidente, de acuerdo con los designios del gobierno de Washington, al que preocupa seriamente el problema de la frontera meridional de la Unión Soviética. Como es sabido, Turquía ha formalizado ya un tratado análogo con Pakistán y ha reiterado varias veces a los países árabes su ofrecimiento de integrar con ellos un sistema de seguridad para el Cercano Oriente. Hasta ahora, solo Irak ha aceptado esa invitación, en tanto que la han rechazado los demás países árabes.

La aceptación por el gobierno de Irak ha planteado un problema agudísimo en el seno de la Liga Árabe, temiéndose que se vea comprometida la propia existencia del organismo. Pero estas dificultades no alcanzan solamente a las relaciones recíprocas de estos países, sino que comprometen todo el sistema político del Cercano Oriente, reavivando viejo problema y suscitando otros nuevos.

Se recordará la significación que alcanzaron en su hora los incidentes provocados por la política del Sr. Mossadegh en Irán con respecto a la cuestión petrolera y las reivindicaciones del gobierno egipcio en relación con el Canal de Suez. Fuera del interés inmediato que encerraban tales problemas, pudo advertirse que los diversos regímenes políticos que se establecieron en el Cercano Oriente después de la segunda guerra mundial representaban una enérgica reacción anticolonialista, teñida de un profundo resentimiento frente a las potencias occidentales. Los problemas concretos pudieron resolverse con mayor o menor fortuna, pero es innegable que aquel estado de ánimo persiste.

No es otro el sentido que puede atribuirse a la resuelta hostilidad que han puesto de manifiesto los países que acaban de reunirse en la Liga Árabe en El Cairo, convocada por el gobierno del coronel Nasser para considerar la resolución del Irak de concluir un tratado de defensa mutua con Turquía. Considera el gobierno egipcio -y con él la mayoría de los Estados árabes- que, frente a la política de bloques, corresponde a los Estados de la Liga Árabe una actitud absolutamente neutral, al menos mientras no desaparezcan del todo los últimos vestigios de la política colonialista. Firme en este punto de vista, el gobierno de El Cairo ha manifestado que está dispuesto a retirarse de la Liga en el momento en que Irak formalice el tratado con Turquía, cuya firma está fijada para el próximo día 23. De ser así, la organización sufriría un golpe mortal, pues Egipto constituye su principal sostén, hasta el punto de haber podido manifestarse en Bagdad que constituía un instrumento de la hegemonía egipcia.

La Liga Árabe, que, como se sabe, está a punto de cumplir 10 años de existencia, fue constituida para intensificar la ayuda y las relaciones mutuas, así como para fijar y defender una política común frente a las grandes potencias. Su acción, pese a los esfuerzos de algunos notables estadistas que han formado parte de sus organismos directivos, ha chocado con serias dificultades. Los Estados que la constituyen se caracterizan por su peculiarísima estructura social -fundada en el predominio de la gran propiedad- y, sobre todo, por su escaso desarrollo técnico. Además, hay signos evidentes de que subyacen graves problemas políticos y sociales en el seno de la mayoría de los Estados que la componen, de los que se deriva una marcada inestabilidad política. En esas condiciones, la acción de la Liga Árabe tenía que hallar serios inconvenientes, y puede decirse que, fuera de la tenaz defensa del nacionalismo y de la decidida oposición a la política colonialista de Occidente, son pocos los puntos de contacto que ha logrado establecer entre sus miembros.

En las actuales circunstancias se advierte que tampoco es unánime la actitud frente a las grandes potencias occidentales. No solo Irak ha resuelto incorporarse al sistema defensivo organizado por ellas, sino que hay ya algún indicio de que quizá esté pronto a sumarse a la misma política algún otro Estado árabe. La aspiración de ciertos estadistas asiáticos de integrar un gran bloque neutral con países musulmanes parecería, pues, obstaculizada por la gravitación de las fuerzas que tienden a polarizar las energías en dos grandes sectores.

En relación con los grandes problemas internacionales, la cuestión es, pues, si es posible una actitud neutral en el Cercano Oriente y si, en caso de que los países árabes la mantuvieran, tendría peligrosas repercusiones. Con respecto a esos puntos están divididas las opiniones, y acaso esa división llegue a comprometer la existencia de la Liga Árabe. Pero en relación con los problemas locales, el alineamiento de algunos de los Estados que la componen dentro de las alianzas militares de Occidente podría llegar a tener consecuencias aun más graves si persiste el estado de guerra entre Israel y ellos. Todo incita a pensar que es necesario adoptar las mayores precauciones para impedir que la modificación de la situación militar en el Cercano Oriente repercuta desgraciadamente sobre la inestable paz tan dolorosamente conquistada.

Como es sabido, el Estado de Israel nació de una larga y compleja gestión internacional, y debió sufrir la invasión de su territorio por fuerzas árabes en cuanto se proclamó la república independiente, en mayo de 1948. La guerra reveló la gran capacidad de organización del nuevo Estado y concluyó con una tregua que ponía fin a las acciones militares sin tocar ninguno de los puntos fundamentales en litigio. Más aún, nuevos problemas aparecieron, derivados de la guerra y de la tregua misma, que debían dar lugar a difíciles situaciones. Y al cabo de cinco años ni se ha logrado establecer una paz definitiva ni solucionar ninguno de aquellos problemas. Las cuestiones fundamentales actualmente en pie son: la de los límites territoriales, la de la ciudad de Jerusalén, y la de los emigrados árabes que aspiran a ser indemnizados y repatriados. Tan arduas como parezcan ser, puede asegurarse que tienen solución si verdaderamente se desea la paz, e Israel ha ofrecido soluciones transaccionales que parecen moderadas y viables. Puede explicarse, sin duda, la reacción árabe ante la inclusión de un Estado extraño dentro del área que consideraban propia, sobre todo teniendo en cuenta el nivel técnico y el grado de desarrollo social que Israel manifiesta, distintos de los que caracterizan a los países árabes. Pero no puede dejarse de reconocer que la creación del Estado judío constituye una solución para un dramático problema que ha angustiado al mundo, especialmente en los últimos tiempos, y que es necesario arbitrar recursos para que no se malogre.

La creación del Estado de Israel es un hecho irreversible, y las soluciones que se ofrezcan para los problemas surgidos de la disputa con los árabes no deben comprometer su existencia. No deja de ser significativa la observación que formuló el ex candidato a presidente de los Estados Unidos Sr. Adlai Stenevson cuando visitó a Israel. “Los Estados árabes -dijo- temen la agresión judía y, por su parte, los israelíes temen que cualesquiera armas dadas por los Estados Unidos a los musulmanes sean utilizadas para atacar a Israel antes que para defender al Medio Oriente. Una vez más, como en Egipto, es evidente que la creación de una organización defensiva regional debe esperar la solución de problemas que en esta parte del mundo tienen una prioridad local mucho más alta que la defensa sobre el imperialismo soviético”.

Tales parecen ser los términos en que se debe plantear el problema del Cercano Oriente, amenazado por graves conflictos que deben evitarse. El ascendiente de las grandes potencias debe usarse aquí para conseguir una paz justa y segura, condición previa a todo plan defensivo que, de no contar con ella, se vería condenado al fracaso.