Historia y ciencias del hombre: la peculiaridad del objeto. 1964

Los supuestos generales

Un estudio como el que se procura emprender debe partir de un panorama muy claro de cuáles son las condiciones en que se desenvuelven actualmente las disciplinas cuyos fundamentos se quiere someter a examen. Si en los ambientes científicos se ha planteado la necesidad de reexaminar las tendencias principales de la investigación, es porque en el ejercicio de la investigación misma han aparecido graves dudas acerca de la validez de los esquemas dentro de los cuales se desarrolla y en cuyos cuadros se organizan sus resultados. Esas dudas son ya suficientemente fuertes en muchos estudiosos, hasta tal punto que no faltan los que han preferido transferir sus intereses de la investigación misma al examen de los problemas conceptuales y metodológicos que la investigación supone.

Creo que hay que buscar el origen de esas preocupaciones en una clara crisis de crecimiento y expansión de las ciencias sociales y humanas, o, al menos, en algunas de ellas que han ejercido fuerte influencia sobre las demás. Esa crisis de crecimiento y expansión, desencadenada en el período de entreguerra y acentuada después, se ha manifestado a través de la apertura de cierto conjunto de posibilidades nuevas y, sobre todo, de la intensificación de las investigaciones concretas en virtud de las cuales se ha acrecentado enormemente el volumen del conocimiento de hechos y fenómenos. Esto es claro en muchos campos, y especialmente la psicología, la economía, la ciencia histórica, en fin. La influencia de ese nuevo caudal de conocimiento sobre otras disciplinas —la filosofía o la ciencia política, por ejemplo— ha sido inmensa. Y a la hora de intentar el ajuste de ese caudal de conocimiento de hechos y fenómenos dentro de los cuadros tradicionales, ha comenzado a advertirse que eran insuficientes e inapropiados y que el caudal de hechos y fenómenos adquiría los caracteres de un conjunto de escasa coherencia. Naturalmente, el investigador se resiste a dudar de la coherencia de los hechos aunque ignore la trama que los une y prefiere dudar de la validez de los esquemas que hasta entonces ha usado y dentro de los cuales esperaba que los nuevos datos se organizaran coherentemente. Y esa duda lo conduce inexorablemente a plantearse un cierto conjunto de cuestiones previas que seguramente no ignoraba antes, pero que hasta entonces no parecían decisivas y que ahora se han tornado inexcusables y urgentes. Esas cuestiones previas, cuidadosamente ordenadas en conjuntos son, precisamente, las que es necesario relevar e inventariar con toda precisión para someterlas a un detenido examen, porque constituyen, en mi opinión, los supuestos generales de los que debe partir un estudio como el que se nos propone. Una primera observación del cuadro de las ciencias sociales y humanas —siempre más atento a las que me son más afines—, me sugiere algunas cuestiones que me parecen importantes.

El campo específico de cada disciplina

Durante mucho tiempo ha sido una intensa preocupación de los investigadores y de los teóricos de las diversas disciplinas delimitar y definir rigurosamente su campo específico. Largas polémicas han sido desencadenadas y alimentadas por la preocupación, a veces un poco bizantina, de establecer los lindes entre dos disciplinas, como la historia y la sociología o la filosofía y la psicología.

Lo importante ha comenzado a ser, no el deslinde estricto de los campos científicos según ciertos preceptos epistemológicos, sino una delimitación flexible de los problemas que permita no soslayar ninguna de sus implicaciones y, en consecuencia, abra la posibilidad de una actitud fluida frente a un tipo de realidad que sobrepasa los cuadros convencionales e impone al observador su complejidad, su continuidad y su coherencia.

Cabe preguntarse si, efectivamente, hay un campo específico de cada disciplina, esto es, una área de la realidad que puede llegar a conocerse a través de un solo tipo de análisis. Más bien parecería que lo que ha habido es solamente un modo tradicional de conocimiento, fundado en cierta selección de cuestiones y de los criterios aptos para su conocimiento y su interpretación, con el que se ha constituido un patrón que luego se ha aplicado más allá de sus verdaderas posibilidades, por la fuerza, a veces, de ciertas tradiciones académicas. En todo caso, parecería que lo más justo es plantear ahora la cuestión en otros términos. Hay sin duda un núcleo de problemas que poseen cierta especificidad y que están unidos a cierto modo tradicional de conocimiento, en parte de manera legítimo. Sin duda es lícito perseverar en ese modo de conocimiento. Pero deberá reflexionarse en qué medida comparten la peculiaridad no específica que revelan los problemas-límite que se relacionan con ellos, y en los cuales esa peculiaridad es evidente. Si se refieren al problema del ser, por ejemplo las cuestiones que suscita el problema del valor, se puede advertir que también en el primero hay componentes que con frecuencia han escapado a los modos tradicionales del conocimiento filosófico. Creo que un razonamiento semejante podría hacerse con el problema de la justicia o de la moneda, por ejemplo.

Los enfoques disciplinarios e interdisciplinarios

Los problemas-límite aparecen cada vez en mayor número y con mayor frecuencia y constituyen una especie de periferia de las diversas disciplinas sociales y humanas, en la que se confunden sus campos. Para esos problemas-límite ha resultado evidente en los hechos que los enfoques disciplinarios no son eficaces y se ha recurrido a los llamados enfoques interdisciplinarios. Sin duda es un progreso. El análisis de un mismo problema desde distintos puntos de vista parece una superación útil de las limitaciones propias de ciertos modos tradicionales de conocimiento. Pero quizá sea oportuno y necesario revisar esa opinión, que acaso sea un poco simplista, en relación con la legitimidad de la noción del campo específico de cada disciplina.

La convicción de que existen campos específicos de una disciplina ha originado la idea de que a cada campo específico corresponde un modo de conocimiento. Esta idea es discutible, pero en el fondo es la que sigue operando cuando, frente a un problema-límite que evidencia la complejidad de la vida sociocultural, se acude a un enfoque plural concebido simplemente como una mera yuxtaposición de enfoques. Parecería necesario analizar la validez de la noción de enfoque disciplinario. Los hay, sin duda. Son legítimos en parte, es innegable. Pero, ¿son suficientes aun para los problemas específicos? Y todavía deberá analizarse si, como yo creo, no ha habido una tendencia a considerar como campo específico de una disciplina lo que puede abarcarse dentro de un modo tradicional de conocimiento.

Si esto último es cierto, cabe explicarse el desasosiego que produce en el investigador la inocultable existencia de problemas que están implicados en los que considera específicos de su disciplina pero que sobrepasan y escapan a los enfoques a que está habituado y cuyos mecanismos domina. Una primera solución parece ser la utilización de los enfoques interdisciplinarios. Con ellos, los problemas que escapan a ciertos métodos y los sobrepasan se transfieren a otro campo y allí se les aplican otros métodos, sobre la base de admitir que, ahora, los problemas que antes se consideraban de cierta discipli-na deben ser considerados de otra; y así como antes se utilizaron los modos tradicionales de conocimiento de la primera, ahora se les aplican los de la segunda. Luego, los resultados de ambos análisis se yuxtaponen. Este dispositivo metodológico suele ser pensado como un paso importante para el desarrollo de las ciencias sociales y humanas; pero admitiendo que lo es en parte, conviene señalar su limitadísimo alcance.

Si los enfoques disciplinarios son soluciones rígidas y limitadas, los enfoques interdisciplinarios pueden ser soluciones superficiales; carecen de fundamentación y ayudan a evitar el planteo de la peculiaridad del objeto de conocimiento. Si tienen algún valor, es que corrigen ocasionalmente las deficiencias que sufre el investigador por carecer de fundamentación suficiente para enfrentar los problemas nuevos que se le presentan y desbordan sus esquemas tradicionales; pero esas deficiencias son demasiado profundas para que puedan ser salvadas por ese camino. La concurrencia de todos los enfoques es útil, pero supone una imagen estratificada del objeto de conocimiento que debe examinar, cada uno de cuyos estratos parecería lícito analizar por separado para sumar finalmente los resultados obtenidos. Esa imagen no parece aceptable. La vida sociocultural, que es el objeto de las ciencias sociales y humanas, constituye un todo que es diferente de la suma de sus partes. Parecería necesario buscar una unidad metodológica que correspondiera a esa peculiaridad. Y esta necesidad nos conduce a la que acaso sea la más importante de las cuestiones que deben estudiarse.

La peculiaridad del objeto

El problema de los campos disciplinarios y el de los métodos, tanto disciplinarios como interdisciplinarios, conducen a la cuestión que parece más compleja y difícil aunque acaso la más importante, que es la de la peculiaridad del objeto de estudio de las ciencias sociales y humanas. Utilizar un nombre para designarlo es, sin duda, avanzar una opinión, pero pese a eso —y admitiendo que sin duda es discutible— designaré de aquí en adelante a ese objeto con el nombre de “vida sociocultural”, sin entrar sin embargo a fundamentar las razones que me mueven a preferirlo. Se trata, pues, de analizar la peculiaridad de la vida sociocultural.

Este análisis no tiene una larga tradición. No parece haber pre-dominado en el ámbito de las ciencias sociales y humanas la idea de que la peculiaridad de la vida sociocultural no puede ser supuesta sino que debe ser considerada como un problema, y además, como un problema previo a otros cuyo planteo dependerá de la posición que se adopte frente a aquél.

Tal es, aun hoy, en muchos sectores, la situación. Circunscrita una área de datos, se los analiza —generalmente aislándolos de su contexto sociocultural—, como si se ajustaran a ciertas reglas. Los que se ajustan crean un modelo y, ateniéndose a él, se extiende el campo de conocimiento hacia otros datos mientras pueden ser incorporados a ese sistema convencional, limitado solamente por las posibilidades de un método que se supone válido precisamente porque permite conocer lo que se ajusta a aquellas reglas. La falacia del dispositivo no tarda en aparecer y se recurre entonces a dispositivos complementarios que acaso suponen otras reglas. Pero las reglas mismas, el análisis de si son correctas y de si se ajustan a la peculiaridad de la vida sociocultural tienden a ser soslayados. Sólo trabajosamente se conviene en admitir que, aun siendo más largo y más aventurado, el camino correcto consiste en convertir en un problema, y en un problema previo, la peculiaridad de la vida sociocultural. En realidad nunca se lo soslaya del todo, puesto que, de hecho, se lo da por resuelto sustituyendo el análisis mediante la adopción de una opinión. Pero este camino, en el que concurren una opinión no sometida a examen sobre el conjunto y determinados análisis sobre alguna de sus partes, no ofrece garantías.

Transformar en un problema el supuesto de la peculiaridad de la vida sociocultural —considerada generalmente como materia opinable— permitiría legitimar los planteos particulares que arrancan de él y, subsidiariamente, cuestionar con fundamento los modos tradicionales de conocimiento, que tanto han contribuido a configurar la imagen del todo de la vida sociocultural y de sus aspectos particulares.

La perspectiva del historiador

Para intentar, por mi parte, este esfuerzo de ofrecer puntos de vista personales objetivando y problematizando los supuestos, trataré de indicar cuáles son mis preocupaciones fundamentales a partir de mi posición de historiador, y cuál podría ser —dada esa posición— la orientación del estudio propuesto. No se me ocultan, naturalmente, todas las otras posibilidades que pueden ser señaladas desde otras posiciones.

Disciplinas con tendencia a la sistematización y a la historicidad

La indagación de este tipo de relaciones constituye un problema fundamental para el historiador. Podría ejemplificarse a través del conjunto economía-historia de las ideas económicas-historia de la vida económica. Pero hay situaciones más sutiles, como la que crea la relación entre la estética, la historia de las artes como historia de los objetos artísticos y la historia de las artes como historia de la creación y del gusto, fenómeno este último en virtud del cual la creación individual se convierte en un fenómeno de relaciones.

Ignoro qué clase de atracción ejercen sobre el sistemático las disciplinas conexas a la suya pero con tendencia a la historicidad: por ejemplo la historia de las ideas económicas y la historia de la vida económica sobre el economista. Sería prejuzgar si afirmara que es escasa o, al menos, menor de la que debería ser. Pero creo poder hacer algunas observaciones sobre el caso inverso, esto es, el de la atracción que ejercen las disciplinas con tendencia a la sistematización sobre el historiador.

Creo que uno de los más sutiles e importantes problemas del historiador es advertir cuándo está paralizando la consideración dinámica del proceso histórico para introducirse, en alguna medida, en una consideración sistemática de cierto tipo de relaciones o en una apreciación morfológica de una situación. Supongo que esta experiencia es general. Si se intenta trazar la curva del ascenso de la burguesía europea desde el siglo XI y, a cierta altura del proceso, se intenta un análisis —inevitable, por lo demás— de la organización institucional de las comunas, o de la actividad de las universidades, o de la nueva mentalidad burguesa, el historiador se coloca al borde de un análisis jurídico, político o intelectual que, extremado, ofrece el riesgo de que las comunas, las universidades o las corrientes de opinión se transformen en cosas. En ese caso, el riesgo consiste, exactamente, en inmovilizar el proceso de cambio o perder de vista su peculiar ritmo. Este riesgo está a la vista, como caso extremo, en ciertos viejos manuales que, al describir, por ejemplo, el desarrollo de la sociedad ateniense, se detenían a estudiar el llamado “siglo de Pericles” e incluían una pequeña historia de la literatura y del arte que se deslizaba fácilmente hacia un examen sistemático de los fenómenos literarios y artísticos. El ejemplo se puede afinar y conduce a problemas-límite. ¿Dónde comienza, por ejemplo, el análisis sociológico y concluye la historia social? El caso se repite para todas las áreas de pro-blemas.

Indagar cuál es la relación que existe entre las formas de conoci-miento que, refiriéndose al mismo grupo de fenómenos, tienden, unas al análisis sistemático y otras al análisis histórico, constituye uno de los temas, en mi opinión, más urgentes. La relación es tan estrecha que sólo la deformación impuesta por ciertas tradiciones científicas y académicas puede soslayarla. Naturalmente, el punto de vista del historiador es que, en última instancia, toda creación —institucional, estética, filosófica, religiosa— constituye un dato del conjunto de la vida sociocultural, que sólo en su contexto puede ser comprendida. Pero no es necesariamente el criterio del estudioso de la experiencia mística, ni el del estilista o el del institucionalista. El institucionalista es, en cierto modo, un caso extremo. Su actitud mental lo induce a percibir —y, según el historiador a sobreestimar— el presunto momento de detención del proceso de cambio. Dado ese proceso —en el que sin duda percibe la dinamicidad y cuenta con ella— supone que arriba en cierto momento a un punto de fijación; y al describir las formas que asume esa fijación da por terminado el proceso de cambio y cree lícito considerar aquéllas estáticamente. No hay duda de que se dan en todo proceso de cambio tales disminuciones de ritmo que puede parecer que una situación se ha estabilizado. Pero es bien sabido que sólo se trata de una apariencia, acentuada precisamente por ciertos mecanismos del análisis. El historiador parte del supuesto de que la vida sociocultural es un cambio constante, cualquiera sea el ritmo con que se produzca. Pero, a pesar de eso, advierte que, en determinadas circunstancias, necesita el auxilio del análisis sistemático de cierto tipo de fenómenos. Inversamente, el economista, el filósofo o el antropólogo perciben, sin duda, en determinadas circunstancias, la necesidad del auxilio de un análisis histórico. Considero que esta indagación puede conducir este estudio hacia el fondo de la cuestión.

El enfoque de los distintos planos y campos de la vida sociocultural

Creo que también puede lograrse una aproximación al problema de fondo a partir de los problemas que suscita la experiencia de los historiadores de los distintos planos y campos de la vida sociocultural.

Durante mucho tiempo, el campo específico de las ciencias his-tóricas ha sido, casi exclusivamente, el de lo que hoy diferenciamos inequívocamente como el campo de las relaciones de poder, esto es, la historia política. Sólo por excepción se intentó, antes del siglo XVIII, enfocar otros campos. Pero desde entonces se comenzó a agudizar la percepción de la historicidad de otros tipos de relaciones y de las diversas formas de la creación. Las ciencias históricas —lo que se llamaba la “historia”— comenzaron a escindirse en ciencias históricas particulares, una de cuyas primeras preocupaciones fue la delimitación de su propio campo de estudio. Para superarla, trataron de definir la especificidad de cada uno de los tipos de relaciones —económicas, sociales, jurídicas, políticas— y de cada una de las formas de la creación —religiosa, estética, filosófica—, y la madurez de cada una de las nacientes ciencias históricas particulares fue juzgada según el grado de especificidad alcanzada por su objeto.

De ese modo, por las exigencias del rigor cognoscitivo, se trabajó tenazmente para aislar entre sí los distintos planos y campos de la vida sociocultural, elaborándose una imagen discontinua y heterogénea de ella. A cierta altura del desarrollo de esos estudios, y como un nuevo signo de madurez, apareció la necesidad de establecerlas relaciones entre los distintos planos y campos en que se sabía desarticulado intelectualmente el todo de la vida sociocultural, y las respuestas adoptaron los caracteres de explicaciones causales, unas veces de tipo mecanicista y otras de tipo genético. Pareció evidente que cierto tipo de relación en un determinado campo —las relaciones económicas por ejemplo— debía dar origen —necesariamente o no, según las opiniones— a otro tipo de relaciones en otro campo. Pero los análisis superaron tales esquemas un poco simplistas, y el conjunto de relaciones comprobadas adquirió el aspecto de un entrecruzamiento recíproco difícil de reducir a un solo módulo. Las nociones de “interacción” y de “interdependencia” —entre la vida económica y la vida política, por ejemplo, o entre la vida social y las corrientes de ideas y opiniones— expresaron tales comprobaciones y ayudaron a evitar ciertas autolimitaciones que los modos tradicionales de conocimiento se imponían; pero no pudieron ocultar la inexistencia de criterios hermenéuticos ni la persistencia de una concepción de la vida historicocultural según la cual ésta sólo es cognoscible si primeramente se la desarticula, aun cuando se reconozca que es menester luego volver a articularla para comprenderla. Esa concepción mantiene aún cierta vigencia y sin duda debe ser sometida a examen.

Ese examen debe recaer sobre las distintas disciplinas con tendencia a la historicidad, sobre sus pretendidos campos específicos, sobre sus modos tradicionales de conocimiento y, finalmente, sobre sus relaciones recíprocas, sobre todo en la etapa en que la madurez del análisis revela que ha sido percibida la complejidad del todo de la vida sociocultural. Esta última cuestión constituye el más difícil interrogante. Si se persiste en la defensa de los campos específicos, las relaciones entre las disciplinas con tendencia a la historicidad sólo pueden fundarse en una yuxtaposición de conclusiones. Pero si el supuesto de la continuidad y homogeneidad de la vida sociocultural es válido, tales conclusiones dejarán de lado los problemas fundamentales, problemas-límite que por desarrollarse en distintos planos y campos de la vida sociocultural exceden los pretendidos campos específicos de las distintas disciplinas. Parece necesario, pues, examinar la posibilidad de establecer cierto tipo de relaciones entre las disciplinas con tendencia a la historicidad que sobrepase la mera yuxtaposición de conclusiones y permita la aproximación a las situaciones y procesos sin desnaturalizarlos.

Para una “auténtica aproximación al objeto de las ciencias sociales”

Puede suponerse que, si las disciplinas con tendencia a la histori-cidad, pese a esa tendencia se mantienen impotentes para alcanzar un tipo de conocimiento fundado en la continuidad y homogeneidad del todo de la vida sociocultural, es porque operan con un sistema conceptual inapropiado. Podría decirse que están trabadas por una proclividad a abandonar a cada instante la persecución del proceso para detenerse en el examen del hecho. Pero parecería que lo más grave es que esa proclividad conduce a aceptar cierta variante en la concepción del hecho en virtud de la cual adquiere éste caracteres de cosa. Cuando el modo de conocimiento deja de adecuarse al ritmo propio del proceso, cada una de las instancias de éste se desarticula y puede parecer inmóvil. Si se acepta esa apariencia, se la transforma en cosa y se torna apta para un análisis estático. Ahora bien, si el sistema conceptual que se aplica —acaso heredado o recogido de otras disciplinas— sirve para el análisis de la vida sociocultural sólo con la condición de hallar en ella cosas, considerándolas como tales, es evidente, en mi opinión, que no es apropiado para las ciencias sociales y humanas. Con un sistema conceptual de tales caracteres, el conocimiento se aleja de su objeto y lo deforma y desnaturaliza en cuanto intenta someterlo a sus esquemas. Y, sin embargo, hay —o acaso correspondería decir que debe haber y que es necesario hallar— un sistema conceptual que permita “aproximarse al objeto” de las ciencias sociales y humanas persiguiendo el proceso sin pausa y ajustándose a las alteraciones de su ritmo. Las ciencias históricas usan, en ocasiones, ese sistema conceptual, pero no ha sido precisado ni se ha adquirido clara conciencia de su especificidad ni de los métodos que sirven apropiadamente a sus exigencias; quizá por ello se muestran incapaces de atenerse a él sin declinaciones y se dejan tentar en ciertas circunstancias por sistemas conceptuales y métodos en los que descubren mayor precisión, sin advertir que su uso transforma en cosas las instancias de los procesos de la vida sociocultural.

Establecer rigurosamente su propio sistema conceptual y fijar los métodos que lo sirven es tarea que los historiadores han tentado más de una vez, exigidos por la necesidad de conservar la peculiaridad de su objeto. Pero tales intentos han sido ocasionales y de corto alcance, y quienes los han hecho se han dejado arrastrar con frecuencia por los esquemas sistemáticos. Cabe preguntarse si tantas dificultades no revelan los múltiples obstáculos que se oponen a una aproximación a la vida sociocultural libre de la proclividad a transformarla en una yuxtaposición de cosas. Esta pregunta también requeriría un examen.

Los problemas y sus alcances

Teniendo en cuenta los supuestos generales que subyacen en la preocupación por los problemas que suscita el creciente y acelerado desarrollo de las ciencias sociales, y partiendo de los puntos de vista que he tratado de destacar, creo que el objeto del estudio que se somete a nuestra consideración debería girar alrededor de los siguientes problemas:

a) Establecer la situación peculiar en que se hallan actualmente las ciencias sociales y humanas, consideradas desde un doble punto de vista: por una parte, en relación con la problemática del conjunto de todas ellas, en cuanto deben abarcar el todo de la vida sociocultural, y con la problemática de cada una de ellas, en cuanto parte de ese conjunto; y por otra, en relación con la estructura epistemológica que hoy poseen y con el sistema de métodos de que se valen.

b) Establecer cuál es la problemática general que deben cubrir las ciencias sociales y humanas en su conjunto —consideradas como conjunto—, y cuál la de cada una de ellas.

c) Establecer cuál debe ser la estructura epistemológica de las ciencias sociales y humanas en su conjunto, y de cada una de ellas en particular.

d) Establecer cuál debe ser el sistema de métodos de que deben valerse, teniendo en cuenta la peculiaridad de su objeto.

Como se advierte, mi opinión es que se deben tener bien presente dos grandes áreas de cuestiones: una que comprende los problemas de conocimiento y otra que comprende los problemas concernientes al objeto mismo al que las disciplinas en cuestión se refieren. Esta opinión se basa en la observación de las influencias que ha ejercido el modo de conocimiento sobre la imagen de la peculiaridad de su objeto.

Problemas concernientes al conocimiento

Un examen exhaustivo de todas las tendencias que actualmente operan en el campo de las ciencias sociales y humanas parece tan útil como impostergable. Cada una de ellas parte de ciertos supuestos y, sin duda, cuenta a su favor con ciertos caminos en uso por los cuales ha logrado alcanzar resultados importantes. Pero las dudas, los entorpecimientos, las rectificaciones a que se ven sometidas las investigaciones concretas en todos los campos, permiten suponer que hay entre las distintas ciencias sociales y humanas cierta heterogeneidad a causa de la cual sus resultados no concurren necesaria y fluidamente hacia el objeto común del que forman parte los objetos particulares. Esta suposición incita a un examen conjunto de todas ellas y, naturalmente, a un diagnóstico acerca de las posibilidades que les esperan en caso de mantenerse en la situación actual.

Este examen quizá pudiera conducir a cierta evidencia acerca de la invalidez o inoperancia —total o parcial— de determinadas tendencias que sólo parecen sostenidas por el vigor de algunas tradiciones de escuela. Naturalmente, sólo un examen muy delicado y sumamente objetivo podría conducir a ese diagnóstico.

Parecería que hay, en el campo de las disciplinas socioculturales, una tendencia que persiste en mantener una imagen convencional de la vida sociocultural, creada por los modos tradicionales de conocimiento, y fundada en la percepción de un pequeño grupo de fenómenos que atrajeron originariamente la reflexión de quienes se interesaron por los problemas del hombre y su destino. Algunos de esos fenómenos parecieron observables y otros reservados a la pura especulación. De ese modo quedó delineada una dicotomía entre un campo observable y un campo opinable, y su perpetuación condiciona indebidamente el análisis sociocultural, aun después de mostrar la experiencia que las posibilidades han cambiado sustancialmente. Hay, por otra parte, una tendencia a mantener la investigación dentro de ciertos esquemas predeterminados, orientándola hacia el logro de ciertas comprobaciones objetivas y concretas, sin que el investigador se permita cuestionar la validez de sus objetivos en la medida en que se veda indagar la peculiaridad del todo de la vida sociocultural. Y hay, particularmente, una tendencia a mantener incomunicados los campos del análisis, como si los resultados de cada investigación sobre determinadas áreas de fenómenos constituyeran un fin en sí, y no hubiera objetivos finales que corresponden a la unidad intrínseca e indivisible de la vida sociocultural. Estas tendencias —y sin duda otras— deberían ser examinadas críticamente para evaluar si sus resultados, aunque parezcan —y sean— útiles en cada caso particular, constituyen, efectivamente, una contribución valiosa para un conocimiento integrado de la vida sociocultural.

Evaluadas estas tendencias, sería necesario un examen cuidadoso de los planteos metodológicos que suelen llamarse interdisciplinarios. En mi opinión, el objeto de ese examen debería tender a disipar la ilusión de que tales métodos constituyen la solución deseada para las ciencias sociales y humanas. Esa ilusión se funda —en parte justificadamente— en que la yuxtaposición de puntos de vista diferentes permite ampliar la visión de los problemas y enriquecerlos. Sin duda, estos planteos constituyen un avance en relación con la limitada perspectiva que de los complejos problemas de la vida sociocultural ofrecen los que los enfocan desde un solo ángulo. Pero cons-tituye un riesgo, y a mi juicio un error, suponer que de ellos puede esperarse una reordenación profunda de la problemática de las ciencias sociales y humanas y una apertura hacia las cuestiones de fondo. Los planteos interdisciplinarios suplen una deficiencia originada por la perpetuación de ciertos modos tradicionales de conocimiento y de una concepción rígida de los campos científicos, pero por sí mismos no ofrecen una posibilidad de sobrepasar esas limitaciones. A medida que se establezca un sistema conceptual que permita una mayor aproximación al objeto de las ciencias sociales y humanas se advertirá que, integrada la imagen de la vida sociocultural, el modo de conocimiento que exige sobrepasa tanto los modos tradicionales como los planteos interdisciplinarios.

No podría, a esta altura de mis observaciones, ofrecer una carac-terización acabada de lo que creo que debe entenderse por análisis sociocultural. Pero para lograr una primera aproximación a él podría señalarse que debe consistir en un dispositivo metodológico en virtud del cual se separen categóricamente los problemas que conciernen al conocimiento, de los problemas que conciernen al objeto, de modo tal que se pueda intentar un enfrentamiento directo con los problemas de la realidad. Dicho de otro modo, el análisis sociocultural debería ser una hermenéutica que contara con un fundamento objetivo. Tradicionalmente se ha entendido que el examen de la vida socio-cultural tenía una etapa heurística, en la que podía alcanzarse una plena objetividad, y una etapa hermenéutica, en la que cabía la libre interpretación y que parecía no tener, en consecuencia, exigencias de objetividad. Esta manera de entender la hermenéutica deriva, naturalmente, de la inexistencia de una teoría objetiva de la vida sociocultural. Pero la investigación no puede prescindir de una teoría de la vida sociocultural. Si con los datos adquiridos no puede —y generalmente no intenta— construirla, acude a las llamadas hipótesis de trabajo. Si la hipótesis de trabajo se refiere a un aspecto muy limitado de la vida sociocultural, no hay garantía ninguna de que no sea absolutamente arbitraria y, en consecuencia, absolutamente ineficaz. Parecería que fuera necesario ordenar las hipótesis de trabajo dentro de un conjunto que permita hacerlas participar de todos los aspectos que forman el contexto de aquel que cada investigación enfoca. Pero entonces nos hallamos a un paso de una elaboración de una teoría objetiva de la vida sociocultural; y si se lo intentara desde el campo de la investigación no sería necesario acudir, como ha ocurrido tradicionalmente, a teorías especulativas como las que ha proporcionado, por ejemplo, a las ciencias históricas, la filosofía de la historia.

Para el análisis sociocultural todos los modos tradicionales de conocimiento pueden ser válidos, pero con la condición de que se los considere como métodos operativos capaces de servir a ciertos fines y sin aceptar que su uso limite dichos fines. Los fines están dados por el complejo de la vida sociocultural, y como sus distintos planos se interpenetran y a veces se confunden, los objetivos parciales del conocimiento deben ajustarse a la peculiaridad del complejo.

Problemas concernientes al objeto

Así como el examen de los problemas que plantean los modos de conocimiento deberían conducir a una caracterización del análisis sociocultural, el examen de los problemas que plantea el objeto de las ciencias sociales y humanas debería conducir, en mi opinión, al establecimiento de los puntos de partida para la formación de una teoría objetiva de la vida sociocultural. Esto supone reemplazar la actitud tradicional de la filosofía de la historia, que postulaba a priori el deber ser de la vida histórica, por una actitud científica que procure establecer su peculiaridad a partir de su análisis. La vida sociocultural es el objeto eminente de las ciencias sociales y humanas —al menos desde el punto de vista de un historiador—, y son concurrentes los análisis parciales que se refieren al sujeto y a su creación. Es, pues, un campo unitario, pero multiforme y complejo, cuya proteica fisonomía obliga a usar múltiples y variados dispositivos metodológicos para identificar en él al sujeto y a los procesos múltiples de que es protagonista. Sus relaciones con la realidad natural son estrechas, pues el sujeto primario de la vida sociocultural —el hombre— es en principio un ser biológico que forma parte de la naturaleza; pero sólo en principio, pues en rigor el sujeto de la vida sociocultural es, más que el hombre, el grupo social, el cual es ya resultado de una relación sociocultural. La variedad y complejidad de esas relaciones configura en cierta medida la vida sociocultural, pero lo que es propio de ella resulta, precisamente, de la capacidad de creación del hombre, que entraña la capacidad para emanciparse, en mayor o menor medida, de la naturaleza. Quizá el primero de los problemas concernientes al objeto que debiera afrontarse sea este de las relaciones entre realidad natural y vida sociocultural, en el que acaso podrían superarse viejas polémicas y analizar los datos aportados por las disciplinas empíricas.

Pero, en mi opinión, el problema fundamental que debería en-frentarse en esta parte del estudio es el de la peculiaridad de la vida sociocultural misma. La cuestión reside, a mi juicio, en trasladar a ella el problema de objetividad y subjetividad que tan claramente ha sido percibido en el plano del conocimiento e indagar si tal antinomia es, en efecto, un mero problema del conocimiento, o si, por el contrario, refleja una dualidad singular de la vida sociocultural misma. Un punto de partida útil podría ser la hipótesis de que constituyen la vida sociocultural dos planos cualitativamente distintos, que coexisten y se traban en relación plural y proteica, que se ordenan dinámicamente, y que llamaremos objetivo al uno y subjetivo al otro.

¿Qué es lo estrictamente objetivo en la vida sociocultural? Hay un plano de la vida sociocultural que es observable y que puede ser llamado plano objetivo. Forman parte de él tres tipos distintos de factores. En primer lugar, el sujeto sociocultural primario, esto es, el individuo, ser biológico, en principio, pero dotado en tal medida de la capacidad de crear —cosas, situaciones, ideas— que le es dado sobreponerse a la realidad natural y trascender hacia un ámbito de su propia creación. En segundo lugar, los actos del sujeto sociocultural en cuanto representan una intención y la expresan trascendiendo hacia fines que él mismo se fija. Tales actos pueden ser del sujeto sociocultural primario —el individuo—, o del sujeto sociocultural com-plejo —los grupos sociales—, que se constituye a su vez por un acto creador de relaciones. Son hechos, actos creadores, cada uno de los cuales modifica en alguna medida, aunque sea ínfima, la situación anterior. En tal sentido tienen la misma significación la palabra inventada o la palabra proferida, el golpe de una mano armada de una piedra con la que se obtiene en otra piedra un corte eficaz para ciertos fines, el establecimiento de una pena, la pintura de una figura, la concepción de una idea o la ejecución de un acto de voluntad. Cada uno de esos actos puede modificar la situación objetiva, la situación subjetiva o ambas al mismo tiempo. Y en tercer lugar, las cosas que constituyen el contorno del sujeto sociocultural. De ellas, unas son recibidas de la naturaleza y poseen distinta condición según que formen parte o no de los fines que el sujeto sociocultural se fija; otras, en cambio, son resultados de actos creadores, pero que se instalan frente al sujeto sociocultural una vez creadas, y operan con independencia de él.

Estos tres tipos distintos de factores de la vida sociocultural tienen una existencia concreta. Pueden ser identificados y conocidos con absoluta precisión si se poseen los testimonios necesarios, puesto que algunos —la inmensa mayoría—, si bien tienen existencia concreta, no la tienen permanentemente pues son perecederos. Se requiere, en consecuencia, un sistema de pruebas para establecer la existencia de un individuo, la creación de una cosa, el establecimiento de una norma, la enunciación de una idea, la ejecución de un acto. Si existen los testimonios necesarios y suficientes y la prueba tiene éxito, se entra en posesión de un dato objetivo, se alcanza la posesión de un factor de la vida sociocultural. Empero, no se logra con ello entrar en la vida sociocultural misma: están los datos puestos sobre la mesa, pero el juego no está hecho. Para entrar en la vida sociocultural es menester trasladar los factores del plano objetivo a otro plano, de características muy distintas.

Al trasladar los factores del plano objetivo hacia otro en el que se los pueda observar en su juego dinámico, esto es allí donde adquieren su verdadera fisonomía y peculiaridad, se advierte que comienzan a perder la precisión que los hacía objetivos. En cuanto se intenta analizarlos transcurriendo, operando, se observa que no constituyen la totalidad de la vida sociocultural, sino que hay en ellos, entre ellos y por encima de ellos otros factores que no son objetivos sino subjetivos, razón por la cual su conocimiento no es observable sino inferible y carece de la precisión que poseían los factores objetivos. Para los factores del plano subjetivo no hay testimonio que sea incuestionable ni prueba directa o indirecta que permita una afirmación categórica e indiscutible. De aquí su singularidad epistemológica como objetos de conocimiento y la esterilidad de todo intento de extremar las exigencias de objetividad, pues es prácticamente imposible un conocimiento objetivo de la subjetividad.

El plano subjetivo es el resultado de la capacidad de creación de la mente humana, la cual opera sobre los factores del plano objetivo agregándoles una carga de subjetividad que es difícil delimitar y analizar, pero que hay que tratar de conocer, puesto que es ella la que crea la vida sociocultural. Situarse entre esta necesidad y aquella dificultad constituye el más arduo problema de las ciencias sociales y humanas.

Integran el plano subjetivo tres tipos distintos de factores. En primer lugar, los sistemas de relaciones, múltiples y variados, y que constituyen indiscutibles creaciones de la mente humana, en relación con situaciones objetivas que proponen opciones posibles frente a las que se elabora la respuesta. Las relaciones entre los individuos crean los grupos sociales, a partir del grupo familiar, los cuales constituyen el sujeto sociocultural complejo, en rigor, el auténtico sujeto. Los grupos sociales no nacen ni mueren por actos biológicos, sino que se constituyen y disgregan mediante procesos cuya duración es independiente de la duración de la vida individual. Esos procesos van fijando sistemas de relaciones, y no solamente entre individuos para constituir grupos sino también entre los individuos y los grupos, por una parte, y las cosas por otra. Las relaciones se crean a partir de ciertas situaciones, pero sólo se consolidan por actos de opinión y de voluntad en virtud de los cuales, finalmente, se fijan institucionalizándose.

En segundo lugar, las interpretaciones de la vida sociocultural, que son las respuestas mentales a cada situación. Estas imágenes implican una valoración tanto de los factores del plano objetivo co-mo de los del plano subjetivo, pero lo que configura su importancia es que el sujeto sociocultural juzga desde ellas su posición dentro de su contorno y desde ellas opera sobre él. El sujeto sociocultural está permanentemente vuelto hacia su propia creación; pero como no es unitario sino plural, y cada individuo o grupo es sujeto de su propia vida, las interpretaciones se entrecruzan y operan combinadamente, sin que sea fácil discriminar lo que hay —en cada grupo y en cada instante— de recibido y de elaborado, de compartido y de arrastrado, en las interpretaciones de la vida sociocultural con que el sujeto opera. Hay en la creación de estas interpretaciones algunos principios fijos, pero es imprevisible el número de variables. Si los sistemas de relaciones son difíciles de conocer con exactitud en virtud de los im-ponderables que contribuyen a establecerlos, aunque ofrecen la posibilidad, al menos, de reconstruir el proceso de su constitución y disgregación a partir de las formas institucionalizadas, las interpretaciones de la vida sociocultural son aun más difíciles de aprehender con sus múltiples e irreductibles cargas situacionales.

En tercer lugar, los fines de la vida sociocultural. El sujeto sociocultural opera sobre su contorno con cierta intencionalidad —consciente o inconsciente— en virtud de la cual su acción adquiere sentido y justificación. La vida sociocultural revela siempre innumerables líneas de sentido, en las que se eslabonan los fines mediatos e inmediatos de la acción del sujeto sociocultural. Estas líneas de sentido —o sistema de fines— se manifiestan a través de actos y opiniones, pero provienen de una interpretación de la vida socio-cultural: son su proyección hacia el futuro. Los fines que el sujeto sociocultural se propone —y propone a su contorno— introducen un principio de coherencia en la vida sociocultural y, en última instancia, responden al designio de racionalizarla. Son extremadamente fluidos, y bajo la misma formulación cargan diferentes implicaciones en cada conciencia y se internalizan con distintos matices en los diversos grupos y subgrupos sociales; pero a veces se precisan y se institucionalizan. Bajo esta forma se los conoce con cierta precisión; pero como en el caso de las interpretaciones de la vida sociocultural, también los fines institucionalizados ocultan otros sistemas que operan subrepticiamente y que ocasionalmente afloran.

El examen de estos dos planos de la vida sociocultural y de los factores que los integran —con los que se relacionan todas las ciencias sociales y humanas— podría conducir al diseño de un panorama del entrecruzamiento de los problemas que las distintas disciplinas enfocan separadamente y ordenan dentro de un sistema cognoscitivo que elude su imbricación en el conjunto de la vida sociocultural. Pero el panorama sería aun más revelador, a mi juicio, si se examinara también la relación dinámica entre los dos planos.

La vida sociocultural resulta de la interacción de estos dos planos, tal como se da en el tiempo: es puro transcurso y cambio. Ahora bien, este transcurso no es homogéneo. Cada uno de los factores de la vida sociocultural —tanto del plano objetivo como del plano subjetivo— posee un cierto ritmo de cambio y las instancias de ese cambio constituyen procesos que mantienen su homogeneidad durante un tiempo variable. La duración del individuo y su ritmo de cambio están sujetos a las leyes biológicas, aun cuando ciertos factores puedan alterarlas ligeramente; pero la duración y el cambio de los sujetos. socioculturales complejos —los grupos sociales— obedecen totalmente a los distintos factores de la vida sociocultural. El acto es instantáneo, pero se encadena en una serie de actos, cada uno de los cuales opera sobre el valor y la significación de todos los demás, encadenándolos en procesos de múltiples implicaciones aunque racionalmente puedan ser descompuestos en procesos lineales; y tales procesos duran según la peculiaridad de los factores en juego. También es variable la duración de las cosas —un hacha de sílex, un camino, un edificio—, pero en su duración hay factores relacionados con su naturaleza y factores propios de la vida sociocultural. Lo mismo ocurre con los sistemas de relaciones, con las interpretaciones de la vida sociocultural y con los fines que se proponen para ella. Esta variabilidad de duraciones y de ritmos de cambio otorga a la conjunción de los dos planos una constante dinamicidad.

En virtud de esta dinamicidad, la vida sociocultural es una sucesión continua de situaciones contingentes. Tales situaciones se crean según la conjunción de las diversas duraciones y los diversos ritmos de cambio de los factores de la vida sociocultural; y en tales situaciones entra cuanto el hombre es y ha creado: su vida cotidiana, sus relaciones con sus semejantes y con las cosas, sus opiniones, sus creencias, sus ideas y sus designios. De cada una de estas cosas —o de una parte de ellas— trata cada una de las disciplinas sociales y humanas; pero no pueden éstas arrancar de su contexto necesario el tipo de fenómeno que cree pertenecerle, sin riesgo de analizar como cosa lo que sólo tiene sentido como factor de una situación y como instancia de un proceso. Pese a la extremada variabilidad de las duraciones y de los ritmos de cambio de los procesos, parece lícito —como se ha hecho— distinguir el caso extremo de los procesos llamados de larga duración y a los que creo que habría que definir más bien como procesos de lento ritmo de cambio. Por esta distinción se ha llegado al establecimiento de lo que se llaman estructuras. Este problema merecería especial atención. Si las estructuras se piensan como procesos de larga duración y lento ritmo de cambio, acaso puedan reconocerse en cuanto resultado de la tendencia a la institucionalización —en la que pienso como en un principio opuesto al del cambio—. Pero en la vida sociocultural las estructuras —o sistemas durables de relaciones— son también dinámicas, aun cuando el ritmo de su cambio sea marcadamente lento. Puede ocurrir, sin duda, que un sistema de relaciones se ajuste de tal modo a cierta sucesión de situaciones que obtenga un duradero consentimiento, en virtud de una interpretación de la vida sociocultural y de un sistema de fines propuestos que no la desarticule. Pero el análisis de esa estructura no debe conducir a una descripción morfológica como si, por ser lento su ritmo de cambio, fuera inmutable durante cierto plazo de tiempo. Podría agregarse que tampoco debería conducir a la omisión de todos los factores que operan en sentido diverso del que consolida la estructura, puesto que sería la manera de frustrar toda posible comprensión del cambio que en la estructura se opera.

Esta preocupación por distinguir y caracterizar los procesos de larga duración y lento ritmo de cambio constituye una respuesta a la tradicional atracción que ejercía el “hecho”, sobre el que parecía poder montarse todo el conocimiento de la vida sociocultural. La preocupación por el hecho ha pasado, y los historiadores que perseveran en ella han sido combatidos enérgicamente —y con razón— en los últimos tiempos. Empero, quiérase o no, el hecho es un elemento de la vida sociocultural y es menester situarlo allí donde pueda apreciarse su significación. El hecho es la antítesis de los procesos de larga duración y lento ritmo de cambio. Es, por el contrario, un acto instantáneo. A la luz de los procesos de larga duración y lento ritmo de cambio, y de los procesos intermedios, el acto instantáneo adquiere particular significación. Constituye la expresión de un acto de voluntad, quizá el momento crítico del cambio o el momento crítico de la institucionalización —que en este punto tienden a confundirse—, pero en cuanto momento crítico, revela la transfiguración de una virtualidad —una interpretación de la vida sociocultural— en una realidad, y como tal, irreversible. El acto instantáneo —el asesinato de César o un boceto de Leonardo— fija una tendencia, una idea, un plan, y en tal sentido opera en una situación un cambio radical.

Pero entre los procesos de larga duración y lento ritmo de cambio y el acto instantáneo hay una variadísima gama de procesos que, de manera genérica, suelen llamarse de mediana duración. Correspondería caracterizarlos con relación a su variado ritmo de cambio, menos acelerado que los considerados estructurales; pero con eso solamente apenas se enuncia una vaga peculiaridad, puesto que, en rigor, tales procesos constituyen la mayor parte de la sustancia de la vida sociocultural: es aquí, precisamente, donde es menester extremar el análisis para tratar de aprehender las modalidades de su transcurso más frecuente. Sin duda puede referirse a este problema cuanto se ha investigado acerca del cambio social y cultural, la singularidad de su impacto según que opere en el plazo de una generación o de varias. Pero no es suficiente; procesos de este tipo se desarrollan tanto en el campo de la vida política, social, jurídica y económica como en el de las ideas, las opiniones y creencias. Y por la vía de este tipo de procesos se modifican casi insensiblemente las estructuras —con lo que los procesos de lento ritmo de cambio pueden pensarse como descompuestos en procesos de cambio menos lento—, al tiempo que se precipitan en hechos, en actos instantáneos, las situaciones.