‘Facundo’ o la historia profunda. 1977

Facundo es un libro arrollador, y emprender su lectura significa sumergirse en un universo complejo y deslumbrante, en el que una realidad riquísima aparece interpenetrada por un torrente de ideas. Aunque hace tiempo que es un clásico, su texto requerirá reiterados exámenes antes de que descubramos todo lo que encierra. Libro apasionado y apasionante, seguirá suscitando encontradas reacciones porque de Sarmiento puede decirse lo que él decía de Quiroga: “No ha muerto”. Facundo permanece intacto, y la revelación de la Argentina que contiene sigue siendo válida tanto para los que comparten sus opiniones como para los que las rechazan. Pero como no muchos otros, Facundo es un clásico vivo, en el que el estremecimiento contemporáneo no agota su mensaje. Quien crea que ha apurado su contenido la primera vez que se enfrenta con él, debe volver a sus páginas para comprobar todo lo que no ha descubierto y experimentar el extraño goce intelectual de encontrarse con otros libros subsumidos en el que creyó agotar: otros libros que se van insinuando poco a poco, cada vez más vibrantes, cada vez más profundos, cada vez más ricos en experiencias y comprensión de la realidad argentina y también en sabiduría universal.

Nada más difícil que proponer una lectura de Facundo, tantas veces leído. Pero nada más lícito, si se sospecha que su lectura es inagotable. Acaso sea una luz más entre las que ya han iluminado ese texto sorprendente por su íntima riqueza. Este prólogo no pretende informar al lector sino, simplemente, proponer otra lectura del texto de Facundo, en busca de su concepción de una historia profunda de la Argentina.

El 1º de mayo de 1845, en el periódico El Progreso de Santiago de Chile apareció un anuncio en el que un emigrado argentino nacido en San Juan en 1811, Domingo Faustino Sarmiento, solicitaba que se publicara en sus páginas una “Vida de Quiroga” que había escrito, movido por “un interés del momento, premioso y urgente a mi juicio”, según él decía. Un enviado de Juan Manuel de Rosas había llegado a Chile, y el combativo polemista quiso enfrentarlo sin pérdida de tiempo, denunciando ante la opinión pública del país que le había dado asilo la situación real por la que atravesaba su patria. Los folletines comenzaron a publicarse al día siguiente y ese mismo año fueron recogidos en un volumen con el título de Civilización y barbarie. Como subtítulo figuraba el de “Vida de Juan Facundo Quiroga”.

La simple lectura de la “Introducción” revela la intención panfletaria de Sarmiento, que se confirma luego en otros pasajes del texto en los que la cólera desborda, a veces, con acentos furiosos. El polemista estaba, sin duda, inflamado por la pasión en el momento en que decidió empezar a escribir lo que llamaba sus “apuntes”, y el libro quiso ser en un principio un alegato para invalidar la justificación de Rosas que su representante en Chile pretendía hacer. Y no solo se dirigió a la opinión pública chilena sino a la del mundo, y especialmente a la de Francia e Inglaterra, países cuyos gobiernos observaban una total ceguera frente al drama argentino.

Tan polémico y panfletario era el libro en su primera napa que, por consideraciones políticas propias de ese momento, creyó Sarmiento necesario suprimir en la segunda edición de 1851 la “Introducción” y los dos últimos capítulos, que solo reaparecerían en la de 1874. Pero, mutilado o no, el libro seguía siendo polémico, y aún ahora lo es. Libro político por excelencia, contenía un vibrante llamado a la acción contra toda esperanza. La acción contra Rosas constituía a los ojos de Sarmiento el deber primero, y la esperanza radicaba en la acción armada, tal como podía conducirla, desaparecido Lavalle, el general Paz. Si esa acción triunfaba, si Rosas era vencido, un porvenir brillante se abriría para la Argentina, y Sarmiento se solazaba describiéndola. El análisis de la situación real, la convocatoria a la acción y la visión profética de una Argentina sin Rosas hacen de Facundo un libro político en su primera napa, y como tal debe ser leído.

Pero si Sarmiento era un político nato, no era menos un escritor nato, y por eso Facundo no puede ser leído solamente como un libro político.

Los giros verbales que prefería para describir una situación, para expresar una idea, para montar un razonamiento o para formular una imprecación revelan un singular sentido de la palabra, de la frase, del período. Por una peculiar operación, el vehículo de que se vale para expresar algo se torna insensiblemente en sus manos, en un fin en sí mismo, sin dejar por eso de ser instrumental. No es solo que encuentre reiteradamente el vocablo insustituible, el matiz justo y la frase incisiva que le imprime irrevocabilidad al juicio, o cualquiera de los otros muchos hallazgos que sorprenden en su prosa y que configuran un estilo eficaz. Es otra cosa, que por cierto revela al escritor. El relato es cautivante, la expresión de las ideas impecable, la argumentación rigurosa, la imprecación conmovedora, aunque unas veces lo sea más y otras menos. Pero el escritor se revela tanto en lo que su estilo es capaz de agregarle a lo que quiere expresar sin introducir deformaciones como en cierta secreta emancipación del estilo con respecto a lo que quiere expresar. Tan ajustados como sean a lo que quieren decir, la frase, el período, el capítulo a veces, discurren a lo largo de un juego ondulante que constituye una creación en sí misma, visible hasta en sus errores y tropiezos. Y Sarmiento se solaza en esa creación elaborada de corrido, apenas retocada, tan fresca y espontánea y nacida, sin embargo, tan profunda y vigorosa como para imprimir una huella indeleble en la realidad que quiere suscitar.

El estilo se emancipa con una inequívoca intención creadora. Así, emancipado, se le impone al lector en la “Introducción”; en los dos primeros capítulos en los que Sarmiento describe el paisaje argentino y construye los arquetipos reveladores de la sociedad inscripta en él, y particularmente al final del primero; en los excursos en los que decididamente se sumerge en la creación literaria, como el relato de la historia del mayor Navarro, o el de las jóvenes tucumanas que piden piedad para los suyos, o el del viaje y el asesinato de Quiroga. Sarmiento se siente llamado por momentos a intentar una obra semejante a la de Fenimore Cooper, maestro para él en la revelación de un mundo original y desconocido. Reacio a la servidumbre de los modelos estilísticos, busca su propia expresión en el castizo lenguaje oral que poseía y desdeña las fórmulas convencionales, porque se siente seguro de que otras más originales y sutiles brotarán de su instinto verbal, trasmutado al escribir en una prosa bien calibrada, firme y fluida.

Esa emancipación del estilo y la calidad de la escritura utilizada para transcribirlo tanto de la realidad como de las ideas, hacen de Facundo, en otra napa, una obra literaria, y también debe ser leído como tal.

Pero así como no se agota en lo que tiene de alegato político circunstancial, tampoco se agota en lo que tiene de creación literaria. Lo es, sin duda, pero no lo es fundamentalmente, porque otro hilo se entrelaza en su tejido que predominará en su textura. Facundo no revela una intención estética, porque ciertamente no era esa la de Sarmiento. No le impuso una estructura sostenida de relato ni buscó deliberadamente efectos literarios. Si todo eso apareció fue por añadidura, porque el conjunto revela más preocupación por el rigor conceptual y la precisión en los datos que lo que tolera la creación literaria. Ese otro hilo que se entreteje en su textura es el del análisis, profundo, cuidadoso y mucho más frío y sereno de lo que parecen revelar las irrupciones apasionadas de su lenguaje. Ese análisis, inseparable del alegato político y vertido a través de un estilo deslumbrante, conduce a la que parece ser la napa más profunda de la obra: una interpretación de la Argentina que quiere sobrepasar el nivel de los hechos y llegar a ser una historia profunda, de la que se vea derivar la historia anecdótica y circunstancial. Como historia profunda debe también ser leído Facundo.